De cómo seis antropólogos se involucraron con la memoria histórica de Barrio Pinto

CroniEnsayo por: Isabel Sáenz Gutiérrez, María José Herrera Granados, Jimena Víquez Monge, María José

Sánchez Valerín, Jesús Daniel Arley Álvarez y María José Espinoza Castro.

Estudiantes de Antropología

 

Fotografía por  Isabel Sáenz Gutiérrez, María José Herrera Granados, Jimena Víquez Monge, María José
Sánchez Valerín, Jesús Daniel Arley Álvarez y María José Espinoza Castro.

El siguiente texto fue producido bajo el marco del trabajo elaborado en los cursos ”Gestión en la Investigación de la Acción Social I y II” correspondientes al cuarto año de la carrera de Antropología en la Universidad de Costa Rica, por lo que su contenido solo reflejará parte de las experiencias vividas desde la perspectiva de las y los autores sobre lo que fue la inmersión en el campo dándole seguimiento a un proyecto de carácter social llevado a cabo en la comunidad de Barrio Pinto en el cantón de San Pedro de Montes de Oca en el año 2017.

 

Decidimos empezar a trabajar en la comunidad un domingo 25 de marzo. Para ese entonces sólo una de nosotras conocía la localidad. El resto había pasado por las calles de Barrio Pinto, sin saber que así se llamaba ese espacio que comunica San Pedro con Zapote. Ir a mapear, hacer contactos y asistir a la asamblea de vecinos, eran parte de las actividades que se enlistaron en nuestras libretas. Estábamos asumiendo un reto que, para todos, se convertiría en una experiencia nueva: investigar para generar cambio social.

El viernes 7 de abril después de clases, nos fuimos a caminar por el barrio, hablamos con vecinos, identificamos espacios y límites. Ese día se empezaron a dibujar los primeros bocetos sobre una realidad comunal, una realidad que sin querer atravesaba nuestro cuerpo.

Llegó el día de presentarnos formalmente, fue un miércoles 19 de abril, en una de esas reuniones vecinales que hace la asociación en el salón comunal. Alrededor de una mesa y acompañadas de Don Gerardo, el encargado del departamento social de la Municipalidad de Montes de Oca; explicamos la intención de nuestro trabajo. La asistencia
vecinal ese día fue realmente baja, sobresalían dos adultas mayores que estaban más o menos al tanto de la dinámica de Barrio Pinto. De pronto, la situación nos daba una esperanza más concreta sobre la cual trabajar; probablemente, esa noche las cinco libretas de campo tenían escritas todos los sinónimos referentes a integración comunal.

Para mediados de mayo, habíamos hecho un intento de mapa de Barrio Pinto. Este se construyó no sólo a partir de los límites oficiales, si no con los límites hablados ―sí, esos que definen la gente de la comunidad―. Nuestro intento como cartógrafas permitió que varias cosas salieran a la luz, entre ellas que la comunidad tenía “un arriba y un abajo”. Quien recorre las calles de Barrio Pinto sabe que hay una pendiente evidente; sin embargo, más allá de la geografía del espacio, ese “abajo” era sinónimo de exclusión; arriba, todos los antónimos que calcen.

Al inicio, encontrábamos contradicciones entre discursos, una comunidad que estaba “dividida”. Sin embargo, esta situación nos generaba tensiones, pues no sabíamos claramente en qué dirección trabajar. La estrategia para superar estos baches metodológicos fue saturar el dato etnográfico y triangular la información que recolectamos.

Nuestro diagnóstico se fue construyendo entre observación, chismes, pequeñas y largas entrevistas. En cualquier oportunidad de convocatoria comunal aparecíamos: clase de ballet, martes de oración con los adultos mayores, junta de vecinos y actos cívicos escolares. Queríamos tener la mayor cantidad de información para trabajar, y fue en este
escenario de saturación del dato, que vimos que dentro del discurso de una gran mayoría de vecinos, había una idealización con un pasado que los abandonó, o que ellos por razones circunstanciales dejaron ir. De esa premisa, planteamos el objetivo del proyecto: fortalecer el tejido social a través de la memoria histórica. 

A finales de julio iniciamos la ejecución, un tanto nerviosas. Sin nada de experiencia, decidimos hacer un encuentro vecinal. Nuestra idea: reunir a la mayor cantidad de vecinos en un parque de la comunidad para contarles sobre los objetivos del proyecto. La creatividad se había empoderado de nuestro cuerpo, por eso la actividad se llamó
“Enamórate del Parquecito Azul”. A las 11:00 de la mañana de ese sábado 29 de julio, todo parecía un fracaso. Ni la promoción de refrigerio gratis, ni los treinta afiches que habíamos pegado en los postes del barrio parecían estar dando resultado.

Entonces, decidimos recorrer las calles, ir casa por casa y hacer la invitación; al medio día, el parquecito azul
albergaba aproximadamente a cuarenta personas. Claro, entendimos ese día que en Barrio Pinto, la “carnada” perfecta para convocar vecinos se llama nada más y nada menos que “Bingo”.

A partir de ese momento, ya no había vuelta atrás, la gente sabía quiénes éramos, y de alguna manera, esperaban algo del proyecto. Fue entonces que nos vinculamos con los adultos mayores y con los niños de la escuela de la comunidad. Entre concursos, talleres y cafecitos, empezamos todos y todas a ir tejiendo lazos entre vecinos. Los niños tomaron
fotos de lo que significaba Barrio Pinto para ellos, los adultos mayores desempolvaron aquellas fotos viejas que les recordaba aquel barrio del pasado.

Octubre cerró con una nueva junta de vecinos, y con un pasacalle que retomaba las antiguas fiestas del barrio, esas que salieron a relucir muchas veces cuando preguntamos por las actividades que se realizaban hace algunos años. Ese sábado 28 de octubre, los vecinos cocinaron, vendieron productos artesanales, jugaron fútbol, bailaron una buena
salsa, llenaron la “L” del bingo, vieron a las niñas de ballet hacer la coreografía que practican cada viernes y conocieron a los muchachos de capoeira que entrenan en el salón comunal. Ese día, los vecinos se conocieron y no hubo mayor placer para nosotros que verlos interactuando entre sí, pues de alguna u otra forma, estábamos logrando aquello que
esperábamos alcanzar con el cierre de nuestro proyecto: el tejido social y la integración que este genera dentro de la comunidad.

Nuestra vinculación con el barrio fue siempre como “extranjeras”. Fuimos una comisión de estudiantes de antropología que, bajo los lineamientos de un curso, decidió hacer gestión en la comunidad; por ello, nuestra intención final tenía un norte claro: la autogestión comunal. Sin duda alguna, este proyecto no hubiera sido lo que es sin la ayuda de esos vecinos que no pierden la esperanza de construir un espacio de integración y participación, y sin el apoyo incondicional que brindó el Departamento de Desarrollo Socialde la Municipalidad de Montes de Oca, en la figura de don Gerardo Madrigal.

Hoy probablemente, esos vecinos ya estén planeando la actividad para Navidad, en la que sin duda alguna el protagonista, más que los tamales y la decoración navideña, será siempre el famoso bingo; al que asistiremos, ya no como organizadores, sino como invitados, cuya principal intención es volver a ese lugar que nos recibió de manera acogedora durante mucho tiempo y al cual, le guardaremos eterno cariño por permitirnos “experimentar” la acción social y todo lo que esta conlleva.

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