La ciudadanía debe recordar que el espacio público le pertenece.

El pasado viernes 13 de enero, el centro de San José fue el escenario de una masiva y revolucionaria manifestación artística denominada Nuestra Calle en la que participó un gran número de personas, no sólo artistas de diferentes gremios, sino también ciudadanas y ciudadanos comprometidos y solidarios con el sector artístico y su derecho a expresarse.

Podría decirse que esta actividad fue una respuesta directa ante la Municipalidad de San José, que con tintes autoritarios y represivos abusó de su poder para detener arbitrariamente a un saxofonista y decomisarle su instrumento. Sin embargo, las raíces de dicho conflicto forman parte de una problemática mucho más grande: el uso del espacio público.

Ricardo "El Rasta" Contreras.
Ricardo “El Rasta” Contreras. Foto de su FB.

El espacio público no es un término neutral ni estático; a través de los años, el “espacio público” —así como cualquier otro concepto— ha sufrido una serie de transformaciones, que muestran la visión hegemónica de lo que se entiende por este, lo que también permite definir quién tienen derecho a su uso y de qué manera puede hacerlo. Como señala Althusser: “En el razonamiento científico y filosófico, las palabras (conceptos, categorías) son “instrumentos” de conocimiento. Pero en la lucha política, ideológica y filosófica, las palabras son también armas, explosivos, tranquilizantes o venenos.” (1968)

Una crítica recurrente hacia el proceso de urbanización de los últimos años es que, asociado al auge del neoliberalismo, el centro urbano dejó de lado la constitución y el fortalecimiento de lazos sociales entre la ciudadanía, para dar paso a un paradigma que prima al consumidor por encima del ciudadano, provocando una reducción del espacio público frente al crecimiento de los espacios privados (centros comerciales, residenciales, zonas industriales, etc).

El derecho al espacio público suscita conflictos cada vez más frecuentes e intensos, sobre todo en zonas urbanas con gran actividad comercial y afluencia de personas; características que reúne San José fácilmente. En este cantón las disputas son diversas y numerosas, algunas de larga data y otras no tanto.

El traslado del Mercado de Artesanías, la política de cero tolerancia hacia las ventas ambulantes, las intenciones por “recortar” el Cementerio Calvo y la batalla cotidiana entre peatones y conductores para movilizarse en una ciudad saturada, forman parte de esta extensa lista de conflictos derivados de la lucha por el espacio público, a pesar de que en algunas ocasiones no se perciban como tales.

Ariana Sánchez, Esther García y Juan Rodríguez, en ¿Por qué no nos dejan hacer en la calle? proponen dos conceptos de democracia para abordar la privatización del espacio público: la Democracia Radical y Plural, que parte del reconocimiento de que las personas no somos iguales ni libres ante la ley puesto que las relaciones sociales que nos cruzan ejercen múltiples situaciones de dominación y la Democracia Participativa-Deliberativa, que aboga por la participación más que por la mera representación política, con el fin de poner en evidencia las múltiples diferencias sociales  y empoderar a la ciudadanía.

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La Democracia Radical y Plural nos recuerda que la nacionalidad, la condición socioeconómica, la raza y el género son factores que determinan cómo, cuándo y por quién puede ser aprovechado el espacio público. Las desigualdades se expresan en la aplicación selectiva de la ley. Por ejemplo, las ventas ambulantes son duramente sancionadas mientras que empresas telefónicas estacionan sus vehículos y venden sus servicios en el centro josefino.

La Democracia Participativa conlleva a visualizar el espacio público como una zona de lucha, que solo con la organización podrá ser recuperada para el provecho de las comunidades. Nuestra Calle es ejemplo de que la contestación en forma de abstencionismo electoral o distanciamiento de la política no conduce a nada y que por el contrario la articulación y la capacidad de hacerse escuchar son medidas mucho más eficaces.  

Si bien Nuestra Calle pasó de ser una acción colectiva a constituirse en una plataforma para la reivindicación del espacio público, la discusión no debe tener como fin únicamente una eventual política de flexibilización que permita a los artistas a trabajar en nuestra calle, sino que debe ser capaz de generar un debate aún más profundo en el que se redefina de manera ascendente el espacio público como tal.  Es preciso responder preguntas básicas como: ¿Qué es el espacio público? ¿Para qué sirve? ¿Quién puede aprovecharlo y de qué manera? ¿A servicio de quién está el espacio público?

Sólo de esta manera podremos exigir ciudades más limpias, alegres, expresivas y confortables.

Fotografías: Shootink Photography para Nuestra Calle.
Rafael González

Estudiante de Ciencias Políticas e Historia en la Universidad de Costa Rica.

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