La realidad social y económica a veces no compagina con las buenas intenciones de querer tener un planeta más limpio.
Recuerdo que al poco tiempo que empecé a vivir a Guanacaste, fui a una reunión de la comunidad donde se discutiría el tema del reciclaje y de la educación de los niños de la escuela pública local para reducir los desechos. A ella asistía una profesora de una universidad nacional. A nadie le importó que viniera tan sólo a coordinar cómo sus alumnas podían abordar el tema con los niños y conocer de los problemas de la comunidad; a la pobre señora la agarraron como si fuera poco más que Presidente de la República.
Inundada de quejas y comentarios cual campaña política, ella escuchaba tratando de vez en cuando de calmar al público y de explicarles que en realidad no podía hacer más de lo que ya tenía planeado. En el medio se mezclaban los dirigentes comunales, que trataban de abordar el tema del reciclaje y su recolección. A la par mía, un señor alemán de unos 65 años levantaba su mano muy respetuosamente para poder hablar entre la bulla, gritos y risas de niños. Después de más de media hora de ver al pobre don ya casi con el brazo caído, mi frustración le ganó a mi modales y me uní al grupo de los escandalosos sólo para avisar (gritado) a los dirigentes, que mi pobre vecino quería hablar hacía ya casi una hora y por educado, nadie le daba pelota.
Yo juré que él era un recién llegado y para mi sorpresa tenía más de 10 años de vivir en el país. A las dos horas de presenciar un caos y una reunión sin agenda, quedé aún más confundida cuando los dos miembros más importantes que dirigían la reunión se levantaron y se fueron de manera un poco casual pero seria, dando instrucción de que se siguiera con la sesión. Al alemán y a mí nos llegó la mandíbula al suelo cuando unos 20 minutos más tarde los vimos entrar otra vez con montañas de vasos y platos plásticos, miles de galletas en sobres individuales, servilletas, y botellas plásticas con gaseosas, todos para ser repartidos entre las más de 30 personas presentes en la reunión.
Imagínese la ironía, en la reunión que trataba de reciclaje, educación y manejo de desechos, se generaron en tan solo 5 minutos suficientes desechos para llenar un estañón. Sin embargo, la basura surgió de las buenas intenciones, ya que los líderes, angustiados por el calor y la duración del evento, decidieron salirse de su propia reunión para hacer sentir más cómodos a los presentes. Es aquí donde la realidad me dio una cachetada de esas buenas para enseñarme que la realidad social y económica a veces no compagina con las buenas intenciones de querer tener un planeta más limpio.
Casi cuatro años más tarde, en una de mis recientes idas a la feria del agricultor local presencié otro evento que me dejó un poco desconcertada. Una muchacha de colegio sacó de la dispensadora un envase retornable de gaseosa tamaño “pitufa” y se la dio al dependiente de la feria. El muchacho la tomó, la abrió frente a ella con un abridor y procedió a verter el líquido burbujeante en una bolsa de plástico transparente, la cual le entregó junto con una de esas pajillas que vienen empacadas en papel. La muchacha pagó, tomó su bolsita y su pajilla y se fue, mientras el dependiente guardó el envase de vidrio. Un poco anonadada e intrigada le pregunté a la señora de la feria cuál había sido la razón detrás de cambiar un solo desecho, por tres. La respuesta, sencilla: la gente no devuelve el envase de vidrio, y debido a esto el entregar el envase retornable haría que el producto costara el doble de lo que cobran poniéndolo en bolsita plástica, de lo contrario ellos tendrían que absorber el costo del envase no devuelto. Es aquí, donde la vida, refrescándome la memoria, me volvió a dar otra cachetada. Solo en la feria del agricultor de Playas del Coco, se gastan 5 kg de bolsas plásticas por día. Sí, por día.
El vivir este tipo de experiencias y estar cerca de la playa me ha afilado el ojo en divisar el origen de la mayoría de la basura que se ve en la arena. La basura inmediata es generada por las familias que llegan a pasar el día a la playa y compran envases tetra-brik para los niños, dejando las pajillas blancas chiquitas y delgadas atrás, o cuando se compran un copo, y dejan las pajillas mas grandes, transparentes. Algunos son conscientes y se llevan su basura, pero la gran mayoría, a falta de educación, hace la gran obra de recoger la basura, solo para adornar los árboles de la playa con bolsas de plástico llenos de desechos. Las cáscaras de sandía, piña y limones que trae el mar, vienen de los barcos que les dan tours a los miles de gringos que vienen a ver cómo vivimos en armonía con el ambiente.
Usted ahora me preguntará con toda razón, ¿qué voy a hacer al respecto ya que tengo esta información? Y, ¿cómo voy a aportar mi grano de arena? Por el momento, me puse a dispocisión de la Asociación Ecológica Urbana, quienes hicieron el estudio de la cantidad de bolsas de plástico utilizadas en las ferias del agricultor y las alternativas para incentivar la reducción de su consumo. La idea es crear conciencia por medio de rótulos, bolsas de telas gratuitas y conversando con los dependientes de las ferias y los chinamos para que insten a los compradores a dejar el uso del plástico bajo el lema “Sin bolsa, por favor”. A ver si acaso, de una en una, nos deshacemos de los refrescos en bolsita.

Arquitecta y diseñadora de interiores. Después de casi 7 años de vivir fuera del país regresé a vivir a Guanacaste donde me convertí, entre otras cosas, en una cuenta cuentos.