Editor. Escritor. Crítico. 

La influencia y trayectoria de Gustavo Solórzano-Alfaro en la literatura costarricense desempeñada desde su papel como escritor, editor y crítico lo convierten en una voz autorizada para referirse a las cuestiones literarias que experimenta el mundo de las letras tanto a nivel nacional como internacional. Además, debido a su basto recorrido, puede opinar con propiedad sobre cómo observa el mundo una persona dedicada a las letras.

Gustavo Solórzano-Alfaro (1975) es un escritor, editor y profesor costarricense, graduado de la Universidad de Costa Rica en filología y literatura, institución en la que ha impartido cursos de teoría literaria. Es autor de ensayos, antologías y poemarios. Entre estos últimos destaca Inventarios mínimos (2013). Actualmente es editor en la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia.

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Tras una extensa trayectoria en el mundo literario, ¿qué balance hacés al día de hoy?

Diría que me siento muy satisfecho en algunos aspectos. La posibilidad de escribir y estar relacionado directamente con las letras desde la enseñanza o la edición es un privilegio. A partir de ahí no puedo quejarme. He tenido muchas experiencias, he hecho buenos amigos, y he tenido la oportunidad de conocer gente con la que he aprendido mucho. Actualmente, me satisface tener la oportunidad de colaborar con otros autores, siempre buscando la posibilidad de debatir sobre la literatura y la escritura.

¿Siempre estando anuente a colaborar con las obras de otros autores independientemente de su edad o trayectoria?

Sí, por supuesto. La colaboración puede darse de una manera personal o directa, al conocer o conversar con un autor que se acerca para mostrar el trabajo que está realizando. Otra forma es desde la edición, a lo cual me dedico, como un trabajo que tiene otros requerimientos y responsabilidades. Pero siempre estoy abierto a colaborar con otros autores, independientemente de que vayan a publicar o no con la editorial para la cual trabajo.

¿Queda algo de aquel joven escritor que en 1994 debutaba con Del sudor de tus ojos?

Es un lugar común arrepentirse del primer libro y un lugar común decirlo, pero bueno, no hay forma de salirse de ese cliché. Es un libro que no desearía haber publicado en ese momento. Era sumamente novato, estaba muy entusiasmado y pues me aventuré a publicarlo. Hoy, 24 años después, prácticamente no queda nada de lo que escribía en ese momento. Hay un cambio sumamente notorio, especialmente en el último libro, Inventarios mínimos. El cambio que experimenté fue totalmente consciente. Quería alejarme de lo hecho en los primeros libros. Con cada libro intento transformar lo que estoy haciendo. Hay autores que se ciñen a un mismo estilo (menciona a Borges), y les funciona muy bien; otros cambian constantemente…

¿Te ubicás en ese segundo grupo?

Exactamente. Me siento más cerca del segundo grupo, por eso intento que se transforme lo que hago. Por eso trato de no publicar cualquier cosa que se me ocurra, intento tomarme mi tiempo. Por eso cuando salió Inventarios mínimos pensé en que pasaran unos cinco años para volver a publicar de nuevo. Fallé por un año.

¿Qué variaciones de estilo encontrás en Inventarios mínimos respecto a tus dos anteriores poemarios (La múltiple forma del delirio y La condena, ambos en 2009)?

El tono, definitivamente. Jugaba con la metáfora más convencional, más barroca, con cierta pose solemne, cuasi épica. Con Inventarios mínimos hubo un cambio, porque tenía que ver con una suerte de historia desde la infancia a la edad adulta. Hay un recuento de experiencias del hablante. Además, el elemento cotidiano está muy presente. Algunos autores señalan que perdí un poco en musicalidad y gané en discurso coloquial. En mi nuevo libro (Nadie que esté feliz escribe) creo que hago un balance justo de ambos estilos, siempre con una serie de búsquedas estéticas.

En Retratos de una generación imposible (2009) rescatás un grupo de poetas costarricense que vinieron a “renovar” la poesía local, ¿Considerás que siguen vigentes?

Sí, es una selección con particularidades y afinidades que yo como autor, editor y lector encontraba. Considero que de los diez escritores unos seis o siete mantienen una actividad constante e incluso han adquirido más relevancia. La antología tiene a Alí Víquez, a Alfredo Trejos, a Luis Chaves, a Esteban Ureña y a Mauricio Molina, todos los cuales han obtenido premio nacional. De igual forma, hay otros autores que se han mantenido con mayor discreción pero que hacen un gran trabajo, como Joan Bernal o María Montero. Mainor González Calvo también continúa publicando y estoy seguro de que pronto volveremos a escuchar de Alejandra Castro o de Mauricio Vargas Ortega.

¿Cómo encontrás la literatura nacional? ¿A quiénes hay que prestarles más atención por estar haciendo un buen trabajo?

G.A. Chaves me parece un autor muy valioso en todas sus facetas: como escritor, como crítico y como traductor. Alexánder Obando es indispensable. Alí Víquez es un excelente narrador, que trabaja mucho sus textos. Además, su faceta como poeta merece ser más explorada. En cuanto a autores jóvenes hay que mencionar a Byron Salas, que está debutando en estos días con su primera novela. Un narrador con muchos recursos y que apunta a cosas grandes. Alejandro Marín es otro autor joven que merece ser mencionado. Son autores que están trabajando, que tienen claros sus intereses y los problemas que se plantean en la literatura. De igual forma hay propuestas interesantes, como la revista Conjetura, que se ha mantenido y cada vez toma más fuerza.

Sin embargo, creo que necesitamos un cambio. Las nuevas generaciones deben cuestionar a las anteriores. No sé si es un asunto de la época, pero no se está dando. Veo a los nuevos escritores muy modositos. Hay mucha desidia. Da la sensación de que los jóvenes no están generando propuestas sólidas.

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Creo que necesitamos un cambio. Las nuevas generaciones deben cuestionar a las anteriores

¿La política desde la perspectiva de un escritor?

La literatura es política, el trabajo con la palabra es político, en el sentido de que la literatura cuestiona lo socialmente aceptado y estira los límites de lo convencional. No apoyo el concepto de literatura comprometida, como bastión de una ideología o causa política particular, o partidista, más bien. Es una cuestión clásica, desde Aristóteles: el poeta siempre está pensando cómo podría ser el mundo, en cambio el historiador te dice cómo ha sido el mundo. En ese sentido el poeta siempre está viendo hacia el futuro y explorando posibilidades. Me gusta mucho esta idea de “explorar”, de buscar.

¿El poeta o escritor se condiciona al tener una ideología política?

Se condiciona en la medida en que crea que su poesía debe ser un vehículo de esa ideología, únicamente. Esa ideología puede aparecer en la obra, pero eso parte de una decisión consciente. Debe matizarla, no ceder ingenuamente a un discurso sin ningún tipo de elaboración estética o significativa.

Si lo vemos desde esa perspectiva, una ideología puede terminar afectando el trabajo literario.

Sí lo vemos así, sí. El escritor escribe, es algo muy simple y básico. Claro, esto inmediatamente genera opiniones que relacionan al autor con la frivolidad. No es el arte por el arte, ni tampoco abstraerse del mundo. El escritor escribe, luego vendrá el producto de esa acción y de la reacción que genere en el imaginario, en la sociedad.

¿Se puede afirmar que la literatura y la política van de la mano?

Como decía antes, toda literatura es política en tanto el escritor es por lo general un ser social, y su trabajo con la palabra tiene una incidencia en la historia y en la sociedad, sea en su esfera más personal o íntima o sea desde palestras más amplias.

¿El político tiene peor imagen que un escritor?

Creo que nadie tiene peor imagen que un escritor. Es tan terrible que ni siquiera tiene. Ciertamente el escritor no es una figura realmente relevante en la mayoría de los ámbitos, su mundo suele ser más reducido que el de un político, que tiene más acceso a diferentes medios y personas. En términos de imagen el político tiene mayor presencia en nuestra sociedad.

¿El político es tacaño con la cultura?

Sí, es cierto, eso hay que señalarlo y atacarlo, la promoción a programas diversos sobre artes es paupérrima y floja, con recursos sumamente limitados. Sin embargo, también hay que denunciar que esos pocos recursos muchas veces son malgastados, entonces, ¿cómo podemos pedir más? En la función pública muchos recursos son desperdiciados en burocracia, entonces el producto artístico se ve afectado, pues se invierte el dinero de forma equívoca.

¿Qué tanta diferencia puede haber entre editoriales estatales e independientes?

En las estatales hay aspectos positivos, como la accesibilidad de los libros que se publican. Buscan trabajar con obras o temas de relevancia histórica o filosófica pese a que no tengan mucho mercado. La labor que se realiza entre objetivos e ideales es buena, siempre respondiendo a las necesidades de las universidades, de la educación y de la sociedad en general. Pero esos objetivos e ideales en cierto modo también terminan por ahogarlas. Yo soy muy crítico de eso, porque a veces se publica solo porque existen los recursos y no se hace un análisis serio: ¿cuál es la relevancia de una obra?, ¿vale la pena publicarla?, ¿cuántos ejemplares serán necesarios?, ¿cuál es el público meta?, ¿cómo la vamos a distribuir? Esas son preguntas que no se están haciendo. Y bueno, la distribución es un problema muy serio en Costa Rica y Centroamérica, independientemente del tipo de editorial.

En el caso de las independientes…

Conozco a todos los editores independientes, y casi todos realizan una labor destacable. El avance en diseño y portadas es muy interesante, pero también he sido muy crítico del modo en el que trabajan el contenido, porque hay ediciones llenas de erratas, sin un estilo editorial fijo ni personalizado. En la editorial estatal es lo contrario, se depura más el contenido, pero la cuestión gráfica no es buena. El ideal es una obra de calidad con un contenido bueno y editado profesionalmente y una propuesta gráfica atractiva, tres elementos que rara vez encontramos juntos en nuestro medio.

El ideal es una obra de calidad con un contenido bueno y editado profesionalmente y una propuesta gráfica atractiva, tres elementos que rara vez encontramos juntos en nuestro medio.

¿Qué es lo que hace falta para alcanzar ese estándar de calidad en las publicaciones?

Conocimiento, trabajo, dedicación, preocupación por las obras, pasión por los libros. ¿Cómo es posible que una editorial no se siente a analizar qué tipo de obras va a publicar y a qué mercado va dirigida? ¿Cómo es posible que un funcionario público no tenga ni idea de qué es un libro o de qué es la literatura? Hay preguntas básicas que no se están haciendo, como dije antes. De la misma forma en cuanto a la calidad, pues muchas veces no hay trabajo de parte de los escritores y menos de los editores.

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¿Cómo encontrás la crítica literaria en Costa Rica?

La crítica literaria es un género literario más. Un crítico literario es un escritor, siempre lo he sostenido. Tiene que haber más conocimiento, los críticos deben apuntar a todos los aspectos de las producciones. En Costa Rica la crítica es complicada. Yo he dicho que en nuestro país no hay crítica, pero esto es un error; lo que no hay es debate en torno a la crítica. La crítica es un ejercicio multiforme, diverso, que se puede ejercer desde diferentes lugares. La crítica debería permitir que se genere un diálogo entre obras, entre autores. Un texto de solapa, una reseña en un periódico, un artículo académico son formas de crítica. No solo lo que se hace en la academia es crítica. Pero decir eso es un tabú. Muchos académicos, y peor aún, muchos escritores, creen que de verdad la única crítica válida es la que se hace en la academia para revistas que nadie lee. Hay escritores que claman por un tipo de crítico “objetivo”, totalmente imparcial, como si eso fuese posible, o como si existiese en otros países. La crítica es un discurso, y como todos los discursos está permeado por una serie de circunstancias. Lo interesante de la crítica es que ponga en crisis, que permita que a partir de su palabra se hable.

¿Es una cuestión idiosincrática que el escritor costarricense sea tan reacio a la crítica?

No solo pasa en Costa Rica, pasa en Centroamérica e Hispanoamérica, por no decir en el mundo entero. La diferencia es en el tamaño de los mercados. Las grandes distancias quizá permitan que las relaciones entre autores y críticos no sean tan cercanas, y por ende, a lo mejor, un poquito más “sanas”. Como nuestro medio es pequeño, es más complicado, no hay duda. Aquí la gente se enoja muy fácilmente por una crítica negativa y se contenta por una positiva. Es muy normal que suceda.

Lo interesante de la crítica es que ponga en crisis, que permita que a partir de su palabra se hable.

¿Qué tan en serio te tomás las redes sociales como escritor?

Pues eso, las uso como un escritor. Todo lo que publico lo pienso bastante, casi siempre. Para un escritor, escribir es lo más complicado del mundo, no es fácil. Varios amigos, gente cercana, se cuestionan mucho lo que van a publicar, lo piensan y analizan como una pieza literaria, pues tiene que generar una reacción. Siempre se busca un efecto. El escritor tiene un fin y siempre está pensando en los lectores. Las redes sociales transforman el modo en el que se escribe.

En tus redes sociales recomendás mucho a Mircea Cărtărescu y a Fabio Morábito. ¿Por qué?

Porque son fabulosos. Son dos autores que he conocido en los últimos años y me parecen fantásticos. Recomiendo muchísimo El idioma materno, de Morábito, una prosa magnífica, en la que se plasma muy bien lo que dije anteriormente sobre lo complicado que resulta, para el escritor, escribir. Cărtărescu es un mazazo, pero de una delicadeza increíble. En nuestros días cuesta ver un autor tan desbordado, tan arriesgado. No teme el pasaje onírico, no teme las sutilezas estéticas, no se asusta ante experiencias traumáticas. Lo sigo apasionadamente.

El escritor tiene un fin y siempre está pensando en los lectores

Para finalizar, ¿qué esperás de tu nuevo libro, Nadie que esté feliz escribe?

Pues nada. Del libro no espero nada. Yo esperaba algo de mí y ahora de quien esperaré será de los lectores.

Fotografías: Ximena Araya.

Adriano Ramírez Jerez

Me gusta la política y la historia.

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