Familia tradicional: una fosa común

Familia tradicional: una fosa común

¿Cuál es el mejor interés de la niñez? La culminación, cualquiera sea su costo, de un embarazo no deseado, producto de las violaciones sufridas todos los días por niñas menores de 15 años —en la mayoría de los casos dentro de su núcleo familiar más próximo— sin duda que no lo es; como tampoco lo es la preservación de una institución que provoca que por día entre 7 y 9 infantes sean ingresados al Hospital Nacional de Niños con múltiples lesiones provocadas por sus progenitores, esto sin profundizar en el costo que representa la familia tradicional para mujeres adultas, personas con discapacidad o adultas mayores.

El pasado sábado 22 de julio, el bloque fundamentalista asistió a una concentración que se proponía, ante lo que consideran un atentado contra la niñez, exigir la protección de aquello que para tantos menores LGBT se constituye en una fosa común, el sitio sobre el cual, a costa de su propio proyecto de vida, tantas mujeres se ven forzadas a depositar la totalidad de su existencia, ante la ausencia de alternativas.

Ellos se oponen a la modificación de la malla curricular de los dos últimos años de educación secundaria, y lo han hecho saber en una Conferencia Episcopal donde se censura esta medida y otras implementadas por el Ministerio de Educación Pública, para que se incluyan contenidos relativos a sexualidad integral, con la justificación de que dichos contenidos harán implotar lo más elemental del ser costarricense, ese mito fundante occidental que impone las prerrogativas de heterosexualidad y cisgeneridad, en detrimento de otros arreglos, identificaciones, orientaciones y agenciamientos.

La invención de la infancia y de la familia

En “Dialéctica del sexo“, Shulamith Firestone sugiere que el origen del vínculo mujer-infante obedece a una serie de opresiones específicas, que van desde la clase y pasan por las variaciones en las formas que toma la división sexual del trabajo, elementos que entre sí se estabilizan, y que son funcionales a las modificaciones que atravesaba el orden estamental durante la Baja Edad Media. En este sentido, contrario a lo que afirma el bloque conservador, la familia nuclear tradicional no es natural ni ha existido siempre, tampoco los significados y símbolos asociados a los actores que la componen, se trata de invenciones que hacen parte de un estadío evolutivo reciente, y que en su forma actual terminan de asentarse hasta después del siglo XIV.

Incluso, en sus orígenes, la palabra familia estuvo ligada a la esclavitud y atravesó varias modificaciones semánticas antes de asentarse: por ejemplo, famulus para los romanos equivalía a esclavo del campo y durante la mayor parte del medioevo, el término solo designaba una línea sanguínea, no un vínculo conyugal, ni siquiera afectivo

En el capítulo de su libro donde se ocupa de examinar el origen de la familia nuclear, Firestone sugiere que durante la Edad Media no existía lo que conocemos hoy como infancia: la sociedad feudal no distinguía adultos de niños; estos últimos, poco después de finalizado el período de lactancia, terminaban de criarse lejos de sus familias, casi siempre con maestros artesanos que les enseñaban un oficio, de tal modo que pudieran participar cuanto antes de la economía del feudo en calidad de adultos en miniatura y de la totalidad de las formas de recreación e intercambio social a lo interno de grupos de organización comunitaria con un amplio margen de autonomía o nula dependencia respecto de sus progenitores. Ni siquiera se contaba con vocabulario específico para diferenciar a adultos de “adultos en miniatura”, puesto que se trataba de una diferencia antes de grado que de especie.

Entonces, a como estaba estaba organizado el régimen feudal, no había lugar para la infancia y por lo tanto, tampoco para la familia nuclear, cuya  estructura y función fundamentales giran alrededor de la figura del niño: más tarde la fórmula contemporánea, esa “célula o unidad mínima del cuerpo social” se constituirá en grupo primario —solo después de que se consolide en el sentido común la noción de infancia— y se organizará de tal modo que sirva de plataforma inicial de formación y transmisión de una visión de mundo particular y como estamento que paulatinamente separe a “adultos en miniatura” de adultos, creando de esta forma lo que conocemos por infantes. Sobre esas coordenadas, si durante la Edad Media cabía hablar de grupo primario, sería la comunidad la que adopta esa forma y función, no la familia.

Engels, con sus limitaciones, fue muy lúcido cuando plantea que a lo interno de la familia, la madre y sus hijos cumplen el rol del proletariado, mientras que el papel del padre se asemejaría al del burgués.

Phillipe Aries explica en “Centuries of childhood: a social history of family life” que la construcción de la infancia y de la familia nuclear es transversal al crecimiento de la autoridad paterna y la aparición de nuevas restricciones sobre la madre, a saber: la formulación de las leyes de progenitura tras la abolición de la propiedad conyugal conjunta, por mencionar un ejemplo. Todo esto enmarcado en las transformaciones que según la historiografía tradicional trazarán el corte entre la Baja Edad Media y la Edad Moderna, el debilitamiento y finalmente la caída del régimen feudal y el surgimiento y consolidación de la burguesía como clase dominante.

Este proceso de formación doble es constitutivo y constituyente entre sí, es decir, que la atomización de la sociedad comunitaria del feudo, para devenir en una sociedad formada por células con cierto grado de autonomía entre ellas —las familias nucleares— es condición necesaria para la consolidación de la nueva clase dominante y viceversa. Recordemos que es también durante este período que termina de asentarse la separación taxativa entre trabajo reproductivo y no tarifado y trabajo productivo asalariado bajo el esquema de un incipiente capitalismo temprano, que necesita reducir a las mujeres a reproductoras de fuerza de trabajo.

El feminismo marxista interpreta esta forma actualizada de división sexual del trabajo como la necesidad que tuvo el patriarcado de llenarse de un contenido histórico específico que le permitiera regular sitios y lógicas que de previo le eran inaccesibles.

Futurismo reproductivo: la protección de la niñez a pesar de los niños

Como traté de delinear más arriba, las formas modernas que toman algunos de los ídolos fundamentales del bloque conservador, igual que la totalidad de elementos que componen su discurso, no pasan de ser ficciones cuyo origen puede rastrearse y que con el paso del tiempo se modifican, en buena medida gracias a los agenciamientos, resistencia y tensión que ejercen los cuerpos ahí depositados. Sin duda estas ficciones tienen efectos materiales concretos: se ocupan de allanar el terreno sobre el que se irán acumulando paulatinamente los sedimentos funcionales a un orden específico que incluya sus propias justificaciones.

Para el teórico y crítico literario Lee Edelman, ciertos elementos discursivos tienen una doble función, puesto que además de definir reglas del juego, también se autorizan a sí mismas y es en este punto que el pensador introduce su noción de “futurismo reproductivo” para referirse a ese consenso social ligado a la figura de la niñez —apesar de niños y niñas— y su aparente e incuestionada pureza como horizonte que necesita ser defendido de cualquiera amenaza, incluso de los esfuerzos por desmistificar la infancia y crearle condiciones propicias para su autonomía. El conservadurismo organiza su diatriba alrededor de ese principio, “luchamos por el mejor interés de nuestros niños, porque en ellos hemos empeñado nuestro futuro”.

Esta pretensión de pureza es consustancial a la producción del concepto de infancia durante la Edad Media: el mito de la infancia hace de los niños seres asexuados, les priva de la dimensión de la sexualidad, se organiza esa etapa como si se tratara de un mundo separado del deseo, la identidad autopercibida, la orientación sexual y de otros elementos. Síntoma de este razonamiento, es el que organiza las restricciones que limitan y hasta niegan el deseo sexual a personas con todo tipo de discapacidad, pero sobre todo a personas con discapacidad cognitiva, pues se les considera niños permanentes, seres angelicales incapaces de albergar en ellos deseos impuros y cavilaciones pecaminosas.

Ahora bien, en armonía con lo anterior, no hay que perder de vista que habitamos y sobrevivimos un régimen político que parte la prerrogativa de la heterosexualidad naturalizada, innata, inmanente y absoluta, a pesar de que el término “heterosexualidad” fue acuñado hasta 1868 por Karl-Maria Kertbeny e igualmente atravesó múltiples modificaciones de sentido, e incluso apareció hasta 1923 en el catálogo del Diccionario Webster para describir una atracción sexual mórbida hacia el sexo opuesto. En este sentido, si bien los niños son desprovistos de su sexualidad a través del concepto de infancia, crecerán dentro del esquema “natural”, dentro de la familia nuclear, es decir que cuando la sexualidad venga a ellos, lo hará no sin antes haber sido expuestos a múltiples símbolos que les anuncian su obligación de ser heterosexuales, su sexualidad será natural, reproductiva, monógama, inscrita dentro de un arreglo conyugal hereditario, incuestionable y hasta ciego a sí mismo.

Entonces, cuando el “niño asexuado” manifiesta una forma de sexualidad contraria a la norma como ocurre cotidianamente, la amenaza para la niñez es interna a sí misma: se manifiesta una contradicción, por ejemplo cuando tiene lugar lo que Eve Kosofsky llamará el “niño afeminado“. La pureza y heterosexualidad inmanentes entran en corto circuito al mismo tiempo y se devela el carácter precario, inestable y frágil de ambos ídolos. Si el futuro debe ser aquello que el orden que nos aniquila busca asegurar para conservarse, habría que aniquilar todo lo que contravenga las prerrogativas de heterosexualidad y pureza, incluyendo y sobre todo las amenazas internas, porque ¿qué peor amenaza para la niñez angelical y heterosexual que un niño contaminado, afeminado, que desde edades tempranas manifiesta síntomas que sus progenitores interpretan de la peor forma y que su misma existencia desestabiliza las bases de la noción de infancia y expone sus limitaciones?

Educación sexual y democracia

El título y la pregunta inaugural de este ensayo anticipan una respuesta, pues lo cierto es que el mejor interés de la niñez en este momento de la historia en el que la familia es consustancial a la sociedad, sería el reconocimiento y protección de modelos distintos al nuclear tradicional. En principio comparé la familia nuclear con una fosa común. En datos, según el Observatorio de Personas Trans Asesinadas, el 80% de los transcidios a nivel mundial ocurren en Centroamérica y Brasil. Ese porcentaje incluye un elevado número de niñas trans brutalmente asesinadas por sus padres y hermanos, al que habría que incorporar una cifra pandémica de jóvenes e infantes LGBT orillados al suicidio a razón de la violencia, rechazo o expulsión de sus hogares.

Es en esa dirección que me propongo ponderar la pregunta por la democratización de la democracia a través del urgente desmatelamiento de la familia tradicional, ya que esto es cuestión de vida o muerte para millones de personas. Las demandas de quienes dicen defender la familia, en el fondo buscan privarnos del derecho de ser acogidos por una que no nos extinga toda energía vital y la posibilidad de crearnos un proyecto de vida. Es por esta razón que aspiro a que con el tiempo, las peores pesadillas del bloque conservador se hagan realidad, que la implementación de la modificación curricular realmente atente contra las prerrogativas sobre las que se funda la familia tradicional. Aunque insuficiente, se trata de un instrumento significativo a través del cual podemos abrirnos paso y ampliar el horizonte democrático, apuntar al cambio cultural que urge.

Nos corresponde también hacer lo que esté a nuestro alcance para ampliar el rango de acción de ese instrumento, que cubra todos los niveles educativos, y que además, su aplicación no pueda ser negada a petición de padres o representantes: el mejor interés de la niñez es ampliar su visión de mundo, tener a disposición alternativas y potenciar formas no-violentas de relacionarse con los otros.

¿De qué me sirvió ser niño, si al crecer me vería forzado a convertirme en un hombre?

La guerra fría de los derechos igualitarios

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El 26 de junio de 1963 John F. Kennedy, presidente de Estados Unidos en ese momento, leyó su famoso discurso conocido como “Ich bin ein Berliner” frente a 450 mil personas. Leer mas $rarr;

Periodista, productor audiovisual, escritor, cafetero y mochilero. Historia, Derechos Humanos y tecnología. ϟ