Una propuesta que cuestiona la masculinidad y las sensibilidades volátiles del otro. Alen Drljevic reconstruye los sentimientos heredados de quienes se enfrentaron en la antigua Yugoslavia
Men Don’t Cry asume el esquema masculino de los hombres en batalla para presentarnos las emociones que surgen cuando en un hotel, alejado en la montaña, se reúnen quienes en su momento como enemigos se enfrentaron.Las emociones y nostalgias de los personajes, nos demuestran que los hombres sí lloran.
Modelo ‘Veterano de guerra yugoslava’
La película consta de una reunión entre veteranos de guerra. Estos se hospedan en un hotel de montaña para resolver el conflicto que por años ha estado en Bosnia y se sostiene por patriótico, anti-socialista y xenófobo.Sin embargo, el conflicto sigue vigente entre sus relaciones interpersonales y el personaje que facilita el proceso, apunta precisamente a las debilidades que poseen. Un replanteamiento de lo que la militarización y la guerras ocasionan en el post-trauma.La película critica esos pasados con los que cargan quienes dan la vida en las trincheras por su país.
Nuevas masculinidades
Alen Drljevic está consciente de las discusiones globales entorno a las relaciones entre hombres y cómo su hegemonía se ha suspendido por el ingreso de nuevas masculinidades. Parte de la película se dedica a la comprensión de la sensibilidad que poseen estos personajes, aún más con un trasfondo de guerra. La diversidad del grupo que se reúne en las montañas de Bosnia, es lo que constituye de la película una joya para la reflexión sobre la construcción de la masculinidad tradicional.
Detrás del término hay una realidad compleja a la que seguimos dándole la espalda.
El año pasado, luego de que una persona con un beneficio penitenciario fuera detenida por cometer, presuntamente, un nuevo delito, el Presidente de la República ante una pregunta de la prensa —al hilo de una serie de decisiones ordenadas al Ministerio de Justicia y Paz por el Poder Judicial para que fueran reubicados privados de libertad en el Programa Semi-institucional, dados los altísimos niveles de hacinamiento que había entonces— respondió que no era posible, a partir de casos puntuales, hacer generalizaciones.
El presidente utilizó una expresión popular, usada por cierto, por Miguel de Cervantes en El Quijote y que, con algunas variantes, también se emplea en el idioma inglés (one swallow does not make a summer): “una golondrina no hace verano”. La frase, que tenía todo el sentido del mundo, fue descontextualizada en aquel momento; se hizo creer que el jefe de Estado frivolizaba con su respuesta la criminalidad o, cuando menos, un hecho específico de violencia.
Los números hablan
No importaba que el grupo de personas reubicadas en su inmensa mayoría estuvieran aprovechando la oportunidad de pasar al régimen de confianza —de 1500 trasladadas menos del 2% regresaron a prisión por incumplir las condiciones impuestas—. No importó que la medida fuera una orden de los juzgados de ejecución de la pena y no una disposición unilateral del Instituto Nacional de Criminología o, menos aún, de la ministra de Justicia. Tampoco importó que el régimen semi-institucional fuera una modalidad de cumplimiento de la sanción que existe en todos los países democráticos, absolutamente necesaria para darle contenido al fin rehabilitador y progresivo de la pena. Ni que se haya utilizado siempre. Por ejemplo, según datos de la Dirección General de Adaptación Social, en el periodo 2010-2014 se reubicaron casi 7000 personas; de 2002 a 2006, cuando la población penal era de 7748 —casi la mitad de la que tenemos actualmente— al Programa Semi-institucional pasaron cerca de 2500 sentenciados… es más, en los apenas 11 meses que fue ministro, (entre julio de 1996 y junio de 1997) un abogado que hoy suele atacar a Justicia y acusarnos, falsamente, de hacer liberaciones masivas, ingresaron al régimen de semi-libertad alrededor de 400 personas. Esto cuando la tasa de encarcelamiento era de, más o menos, 100 personas por cada 100 mil habitantes… no 351 por cada 100 mil, como pasa en 2017.
La respuesta del presidente Solís fue la más sensata. Frente a órdenes judiciales y atendiendo a una situación que comprometía el respeto de los derecho fundamentales de un grupo de personas, no era serio ni responsable generar alarmas por eventos aislados que no reflejaban, ahí sí, el desenvolvimiento mayoritario de los beneficiados. Desde entonces, lo de “golondrinas” sigue desfilando por redes sociales y en otros espacios para referirse a quienes delinquen o, más bien, para referirse a alguna gente a la que se le atribuye ciertos delitos. Las “golondrinas” son hoy los “chapulines” de los 90 (así se llamó a un grupo de muchachos menores de edad que robaban en San José por aquella época).
Hace unas semanas, en un accidente de tránsito, fallecieron 4 ciclistas, la causa se investiga en sede judicial y será allí, desde luego, donde se determine la responsabilidad del sospechoso. Sin embargo, hubo algo en las reacciones por lo sucedido esa madrugada que me escalofrió porque reflejaba cómo construimos las dinámicas sociales y sobre cómo los valores y principios palidecen según a quién tengamos al frente, según quién sea el otro. Pese a la indignación, la rabia y el estupor que produjeron la muerte de estas personas no leí, por ningún lado, que alguien se refiriera al detenido, un hombre joven, profesional y conductor de un carro caro, como una “golondrina”. Claro, no lo había entendido.
¿Quiénes son, entonces, las golondrinas?
Las “golondrinas” no son todos los que cometen delitos, las “golondrinas” no son los políticos sentenciados por actos de corrupción, las “golondrinas” no son los médicos o los religiosos que han abusado sexualmente de quienes confiaron en ellos, las “golondrinas” no son los abogados que han estafado a sus clientes. No importa que todos sean, formalmente, delincuentes, las “golondrinas” tienen un perfil muy preciso, los pobres, los adictos que vienen de los sectores más carenciados, los que cometen delitos de pobres como robar o vender drogas al menudeo, los chapulines de hace 20 años. Las “golondrinas” son, en el fondo, el modo para deshumanizar, para despojar de humanidad a gente que proviene de ciertas clases sociales que nos resultan incómodas.
Cómo nos va a interesar dar una solución a quienes, sin que eso funcione como justificación, pero sí como explicación, han tenido menos acceso a los bienes económicos, culturales, políticos y simbólicos. Cómo vamos a reconocer que, como escribía Owen Jones, nuestra profunda injusticia social daña a las personas, y este daño puede manifestarse en formas que dañan a otras personas en un círculo perverso de más inequidad e injusticia.
Lo hemos dicho ya, el 60% de las personas que ingresan al sistema penitenciario son condenadas por delitos asociados a marginalidad. Esos delitos merecen una consecuencia. Pero no es razonable negar la evidencia empírica; probablemente, con una estructura social más justa muchos de esos delitos no se habrían cometido.
Cuando a Cecilia Sánchez se le critica, en redes sociales o desde los púlpitos mediáticos de algunos personajes de nuestra fauna josefina, por el enfoque que ha dado al Ministerio de Justicia y Paz, más allá de que, desde luego, cualquier política pública sea mejorable, el cuestionamiento, en verdad, es por haber visibilizado la realidad que se esconde tras los barrotes y los módulos de nuestras vetustas cárceles. Es por haberle puesto cara, y muchas veces nombre, a quienes pueblan los centros penales. Es mucho más sencillo, más para un pueblo cristiano y creyente como el nuestro, desembarazarse del producto de una sociedad injusta, de la que no solo el Estado es responsable, situando en una categoría de menor humanidad, de menor parecido a mí a aquellos que resultan, especialmente, incómodos, desagradables, feos y lombrosianos. Es mucho más sencillo cargar sobre sus espaldas todos los prejuicios y etiquetamientos sociales para lavar nuestras conciencias de cualquier resquicio de responsabilidad colectiva. Es mucho más sencillo, a lo sumo, construir más espacios penitenciarios, por cara que también sea esta salida, y apilar como carne a esos desagradables.
De la desigualdad al odio y el reduccionismo moral
Pensar que si aspiramos a que no haya reincidencia, el único camino posible es generar condiciones dignas para que los que, definitivamente, deben ser prisionalizados no quieran, al salir, volver a dañar a los demás, es cosa de sentido común. Esta comprensión pasa, en primer lugar, por admitir que muchísimos de quienes llegan a las cárceles no son solo malas personas por haber infringido la ley son también el producto de una sociedad injusta.
A propósito de Owen Jones, un joven historiador inglés, es imposible no relacionar el tema de las “golondrinas” con su libro Chavs: la demonización de la clase obrera (2011). Jones retrata cómo en la sociedad británica la clase trabajadora –chavs— se fue convirtiendo, progresivamente, a partir de los 90, en objeto de miedos y rechazo, aupada por los medios de comunicación y algunos políticos de turno se acusa a los sectores más desfavorecidos de la sociedad de ser culpables de su propia situación por vagos, adictos, irresponsables, malagradecidos y viciosos. En una entrevista publicada el 20 de mayo de 2014 en eldiario.es Jones dijo: “la desigualdad se racionaliza y justifica con la idea de que los miembros de las élites merecen estar donde están porque son más listos y trabajan más, mientras que los que están por debajo merecen estar ahí porque son estúpidos y vagos. Cuanto más desigual es la sociedad, más necesitas demonizarla para justificarlo”.
No promovemos que se evadan las responsabilidades por actos contrarios al ordenamiento jurídico, pero si nos dejamos atrapar por las voces que entonan el odio y el reduccionismo moral, estaremos racionalizando y normalizando resultados que son producto, fundamentalmente, de una sociedad injusta y fragmentada. Cada vez que alguien hable de las “golondrinas” de la ministra, tengámoslo presente, no solo se está reprochando al que cometió una falta, algo por supuesto legítimo, se está ocultando la realidad, bastante más compleja, que explica por qué la gente que entra a la cárcel es mayoritariamente pobre. Pero, claro, qué interés habría de cambiar el estado de cosas, de admitir que no todo tiene que ver con méritos individuales sino con condiciones estructurales, si la reacción es arrancarle la humanidad a los incómodos y convertirlos ayer en chapulines, hoy en golondrinas.
Días atrás Semanario Universidad publicó en su portada el artículo Costa Rica necesita 143 diputados.
Sí, 143. Es un título provocador que considero debió invitar a comprar el periódico, por lo menos para entender cómo se respaldaba tal propuesta. Muchos no lo hicieron y opinaron sin leer… la publicación en el Facebook del Semanario alcanzó más de 200 comentarios, en su gran mayoría negativos. En general, la gente propone disminuir el número actual de diputados y menciona que el aumento solo traería más “parásitos”, “vagabundos” y “vividores” al Congreso.
Ante tal panorama me propuse en este espacio intentar explicar el cuento que hay detrás de ese titular, respondiendo en particular a dos comentarios que se escribieron en la publicación. Aclaro de previo que yo entiendo el malestar que trae una propuesta de reforma al sistema de elección de diputados, especialmente si además aumenta su número. La Asamblea Legislativa es la institución pública peor valorada por los costarricenses, lo dicen 10 de 11 encuestas del Centro de Investigación y Estudios Políticos de la UCR realizadas entre 2013 y 2016.
A título personal considero que la pobre impresión que existe del desempeño de la Asamblea responde a la falta de acuerdos a lo interno, o sea, a la lentitud en dar respuesta a la demandas ciudadanas. Aunado a eso existe otro inconveniente igual de serio: la inexistencia de mecanismos reales de rendición de cuentas.
Si bien intentaré resumir el panorama en este artículo debo aclarar que estas y otras ideas las abordé en el libroAplicación del modelo alemán a la elección de diputados en Costa Rica, publicado por el Instituto de Formación y Estudios en Democracia del Tribunal Supremo de Elecciones y la FundaciónKonrad Adenauer. Si desea profundizar en el tema le invito a consultarlo, pues muchos de los conceptos aquí introducidos se explican con detalle en la obra.
El origen del problema: cercanía y proporcionalidad
El tema de fondo es complejo y empieza desde el modelo que tenemos para elegir a los legisladores en Costa Rica. Esa es la problemática esencial: el sistema electoral, las reglas que definen cómo los votos que emitimos se convierten en escaños y definen cuáles partidos políticos tendrán acceso a la Asamblea Legislativa.
Lo abordo, como adelanté, respondiendo a dos comentarios.
Don José tiene razón; es necesario cambiar la forma en la que se eligen a los diputados, no únicamente aumentar el número de quienes integran la Asamblea Legislativa. Por eso, tal como se explica en el libro y en el artículo, lo que propongo para Costa Rica es aplicar el sistema electoral proporcional personalizado o, como también lo llamo, el modelo alemán.
El modelo alemán cambia completamente la forma en la que elegimos diputados actualmente pues permite fortalecer la cercanía entre representantes y representados, sin afectar el carácter proporcional de las elecciones. Por proporcional me refiero a que los partidos políticos estén representados en la Asamblea Legislativa según el peso de votos que obtuvieron en una elección.
¿Cómo se hace esto? ¿Cómo se crean las condiciones para que usted sienta que los diputados representan sus intereses? Según la propuesta del modelo alemán cuando usted llegue a votar le van a dar dos papeletas. Empiezo explicándole la primera, que mejora la cercanía con la Asamblea Legislativa.
En la primer papeleta usted va a votar para elegir a un diputado próximo a su comunidad. Para esto, le propongo dividir el país en 72 espacios territoriales, cada uno con su propio diputado. Estos distritos electorales se crean dividiendo la población total en 72, para que cada diputado represente al mismo número de habitantes, el resultado lleva a que cada distrito estará conformado por alrededor de 60.000 habitantes. Cantones como Escazú, Naranjo, Paraíso, Liberia, Corredores o Siquirres tendrían sus propios diputados, otros cantones se deberán dividir ya que son muy grandes, esto para lograr más cercanía y que cada distrito esté confirmado por 60 000 habitantes aproximadamente.
¿Y la segunda boleta? Tiene el objetivo de proteger el carácter proporcional de la elección al que aludía anteriormente. ¿Por qué es importante esa proporcionalidad? Porque si el sistema no protege la proporcionalidad en una elección el voto que usted le da a un partido puede que no valga y su voluntad como votante no se transformaría en apoyar al diputado de su preferencia.
En esta segunda boleta usted votaría por una lista de candidatos, como en la actualidad, perono se dividirían en provincias, sino que sería una única lista nacional de 71 diputados. Entre más grande sea esa lista, más proporcional será el resultado de la elección y más se respetará la voluntad popular.
La elección de 143 diputados mediante estas dos listas, que además se vinculan entre sí, permite a este sistema darnos lo mejor de dos mundos, fomentar la cercanía entre representantes y representados y proteger la proporcionalidad de las elecciones.
¡Qué enredo! Dirán algunos…
Le pido que se tome el tiempo de leer la propuesta a fondo y lo piense. ¿Por qué? Porque resulta que elegimos diputados como si estuviéramos en el siglo XIX o inicios del Siglo XX, cuando se crearon las provincias y ese modelo ya no es sostenible.
San José, Alajuela, Cartago, Heredia y Guanacaste fueron creadas en 1848 y, las otras dos, Puntarenas y Limón, en 1909… O sea, a pesar de que la realidad demográfica, socioeconómica, cultural y política de todo el país ha cambiado de manera abrupta en todo este tiempo… nosotros seguimos eligiendo diputados bajo una división territorial que tiene más de un siglo de atraso ¡Más de un siglo de atraso! ¿Quién se va a sentir representado así? ¿Cómo usted se va a sentir representado así?
Como ve, no es solo un aumento al número de diputados, es un cambio completo a la forma en que elegimos a quienes nos representan en la la Asamblea Legislativa.
Don Mario, lamento que le de risa y cólera, deme un chance y permítame explicarle la razón por la que la cantidad actual de diputados afecta eso que usted llama el “cuento” sobre la representación ciudadana. Con números primero, muy claro y conciso.
Resulta que elegimos diputadas y diputados con un número fijado en 1962. En ese año, cada uno de los 57 legisladores representaba a 23.731 habitantes. Actualmente —luego de un crecimiento exponencial de la población en 55 años— cada uno de esos 57 diputados debe representar a 85.796 habitantes, un aumento de más de un 360% con respecto a 1962 ¡361,53% para ser exacto!
A la par de eso, para demostrarle que no es un “cuento tico”, le doy otro elemento: un análisis comparativo con América Latina.
En Latinoamérica, en promedio, cada legislador representa el 0,70% de la población. Mientras tanto, en Costa Rica, cada uno debe representar el 1,75% de los habitantes. Como resultado somos el país peor calificado de la región en lo que a representatividad refiere. Así de mal estamos en este tema… pero ¿por qué es importante esto?
Primero, porque entre menos habitantes tenga que representar un legislador, más cercana será la relación entre este y sus representados. Es decir, se permitiría que el traslado de las demandas de las y los ciudadanos a la área política sea más efectivo y personalizado, lo cual no ocurre hoy en día.
Segundo, por el tema de proporcionalidad que le abordé en la respuesta a don José. La teoría ha dicho que entre más curules se elijan por circunscripción más exacto será el resultado… es decir, se respetará más fielmente la voluntad del voto que usted y yo damos.
Con el número actual de diputados no se podrían constituir circunscripciones como las descritas en la respuesta anterior. Además, en el libro (Aplicación del modelo alemán a la elección de diputados en Costa Rica)logro comprobar mediante simulaciones y fórmulas cuánto ha afectado el número de diputados y la elección mediante provincias —es decir el modelo actual— el respeto al principio de proporcionalidad. Lo invito a ver los resultados, es descomunal la diferencia entre el sistema actual y el que propongo (se encuentran en las páginas 89-99).
Es hora de entrarle al tema
Así las cosas, lo que le propongo es que afrontemos la bronca que no quisieron afrontar en 1962, cuando en vez de respetar una regla que permitía que el número de diputados fuese creciendo según crecía la población, lo que se hizo fue reformar en un número inmutable de 57 diputados el tamaño de la Asamblea.
Si seguimos la regla que permitía que el número de diputados fuese creciendo según la población nos damos cuenta de que deberíamos tener 143 diputados. De nuevo, para que vea que no es un “cuento tico”, si queremos estar en el promedio de América Latina al cual aludí antes, debemos aumentar a 144 diputados.
Como ve don Mario, no me inventé ese número.
Y a usted, quien leyó esto, lo que le pido es que recuerde que Costa Rica es, en esencia, una democracia representativa, en la cual entregamos a otras personas el poder de tomar las decisiones sobre los asuntos públicos. Los diputados de la Asamblea Legislativa son, precisamente, la máxima expresión de la democracia representativa.
También recuerde que la responsabilidad directa de cambiar esta realidad es de los partidos políticos, por medio de los diputados. Son ellos quienes definen si se deben reformar las reglas para acceder y mantenerse en el poder político o, en el peor de los escenarios, los que deciden que el sistema actual debe mantenerse.
La respuesta de qué camino deben tomar debe hacérsele llegar directamente a los partidos políticos y a sus diputados. Ellos, aunque usted no lo sienta, lo representan a usted. Exíjales respuesta, no sea un actor pasivo… hay mucho en juego.
Perro Azul es probablemente un nombre desconocido para los menores de 25 años, pero a inicios del siglo XXI marcó el comienzo de una etapa importante en la producción literaria independiente del país. En aquella época muchos autores estaban ansiosos por publicar pero tenían espacios limitados (incluso monopolizados), por lo que era necesario un lugar para la poesía contestataria.
Osvaldo Sauma, Luis Chaves, Aléxander Obando, Alfredo Trejos y otros autores, hoy considerados como referentes del medio, vieron entonces cómo sus libros se materializaron bajo la editorial independiente Perro Azul. Durante once años, el sello se encargó de mantener una importante cantidad de publicaciones, que sirven hasta hoy como referencia de los grandes autores que ha tenido (y tiene) el país a nivel de poesía cuento, novela y ensayo. Sin embargo, en el año 2011 la editorial se tomó un respiro que se extendió hasta el 2015, cuando regresó con más fuerza que antes y con nuevas jóvenes promesas de la literatura nacional y centroamericana.
Escribir sobre Perro azul implica conocer su historia, la realidad de una editorial independiente y todos los cambios que ha sufrido, y la reinvención del sello tras esa pausa de 4 años; esto último a través de nuevas editoriales independientes. Carlos Aguilar, su fundador, nos acompañó durante una grata conversación para lograr contar esta historia.
Inicios
El año 2000 vio nacer a Perro azul bajo la iniciativa del diseñador y editor Carlos Aguilar, quizá inspirado por otros esfuerzos que se habían realizado a finales de la década de los 90 por consolidar una editorial independiente en el país. El peculiar nombre del sello lanzado por Carlos es un homenaje a la reconocida educadora, pintora, investigadora y militante política Emilia Prieto.
“Yo la había conocido porque yo era militante del partido socialista. En las actividades culturales de Pueblo Unido yo era el edecán de doña Emilia, luego nos hicimos amigos. En una de esas, conversando, me dió una de sus coplas que es “en la puerta de mi casa había dos perros, dos perros echados, uno era azul y el otro se fue”, en ese momento a mí me pareció muy surrealista, entonces yo le dije: Doña Emilia hay que ponerle a algo Perro azul”.
En ese época ya conocían de varias escritores que querían publicar; la idea era hacer una editorial que ofreciera una respuesta a la movida literaria existente pues en ese entonces el grueso de la oferta venía de editoriales públicas y estatales, donde suele imperar un ambiente complejo para publicar… ¡Era necesario un proyecto independiente!
“Le pedimos ayuda al Centro Cultural de España (Jesús Oyamburu) y nos dieron plata para empezar a editar. Publicamos de un solo cuatro libros: Bitácora del Iluso (Osvaldo Sauma), Historias Polaroid (Luis Chaves), La mano suicida (María Montero) y Maremonstrum (Mauricio Molina). ¡Imagínese qué clase de libros publicamos! Los presentamos de un solo todos… ¡No nos aguantamos!”.
El Perro sumó desde sus inicios a los cuatros poetas clave de toda una generación. Desde entonces han publicado solo trabajos que se amoldan a una estética determinada, para el sello era fundamental consolidarse como una editorial que ayudara a renovar la poesía del momento. Su médula es (y sigue siendo) una estética contestataria, distinta, no complaciente, no son libros sobrecargados de metáforas, son cotidianos, apegados a una realidad nada existencialista.
El inicio del fin de un ciclo
“Fueron procesos complicados” nos dice Carlos.
Aunque su punto de partida fue la poesía llegaron a consolidar otras tres grandes colecciones: novelas, cuentos y ensayos; de este último género poseían una colección envidiable. En novela publicaron la icónica obra de Alexander Obando:El más violento paraíso, un libro que marcó una época y que rompió la estructura de la narrativa tradicional con un eje conductor totalmente distinto al hasta entonces popularizado en el país.
Gracias a alianzas clave (particularmente con Cooperación Española) lograron publicar uno o dos poetas nuevos por año. Así se publicaron libros de Alfredo Trejos, Camilo Retana, Silvia Piranesi y Esteban Chinchilla entre otros. “Si ves a toda la generación posterior a Molina, Osvaldo y demás, también le dimos seguimiento. Pero se nos gastó un poco la cuerda, publicar uno o dos libros al año, no era suficiente, una editorial no se mantiene con eso”, explica Carlos.
“Fue en el 2011 más o menos que nos dimos un espacio… estábamos un poco agotados porque la distribución nunca la pudimos solucionar bien… entonces, para una editorial de 10 años, no lograr dar ese salto… fue un escollo muy fuerte. También hubo toda una renovación de la cooperación de la agencias y no se apostó mucho en edición. Decidimos repensar nuestra estrategia y decidir si íbamos a continuar”.
Del 2011 al 2015, ¿Qué pasó?
Alejarse del todo de la literatura resultaba imposible, Carlos se dedicó a leer y a realizar trabajos que le dieran sustento económico. Como proyecto alterno surgió la idea de montar una pequeña planta de conservas, algo totalmente diferente que podría ayudar a inyectar capital a la editorial.
“Uno de nuestros fallos fue que la editorial dependiera de recursos internos, la recuperación del dinero que se invierte en una publicación es lentísima, como a 5 años. Logramos sacar a la luz a gente muy valiosa, pero la sostenibilidad era necesaria. Alejarnos y repensar fue una oportunidad para resolver eso”.
A finales del 2015: el regreso
“Al volver nuestra meta era simplificar el proyecto, ahora no tenemos local y trabajamos por pedido de manera virtual. Con recurso sano estamos construyendo una página web muy ambiciosa que tendrá todas las herramientas para poder comercializar los libros en línea. Ahora decidimos qué proyectos financiamos en el año y que las ganancias que se generen sean para editar otros libros. Meter y no sacar…”.
Regresaron entonces con la convicción de que Perro Azul es necesario, pues había creado un espacio vital que amparó y recogió a autores hasta entonces atrapados en un limbo. Además, otras editoriales como Germinal y Espiral llegaron a terminar de consolidar una ventana cada vez más grande, cada vez más necesaria. Tras su retorno, el sello liderado por Carlos está concentrando su trabajo en recuperar autores que siguen dispersos y en consolidar más las alianzas regionales, sobre todo a nivel centroamericano.
“Para la pasada Feria del libro presentamos a Pablo Segreda, que me parece fue nuestra apuesta clave pues representa lo que la editorial es en esencia. Consideramos que nos nutrimos de la poesía nueva y es lo que vamos a seguir haciendo. Obviamente tenemos 10 años de trabajar, entonces tenemos autores que son nuestros poetas y narradores y que tienen su casa, que va a seguir siendo su casa”.
“En un momento fuimos muy ingenuos… soñábamos con que nuestra editorial se hiciera grande con nuestros autores, a puro pulmón… En realidad hace falta más organización, administración, más dinero y una capacidad de distribución más ambiciosa. Todo fue muy artesanal, hacíamos los libros, artes bonitos, lo distribuíamos entre amigos… pero no sabíamos en realidad como venderlos”.
El apoyo a la producción nacional… Una deuda pendiente
Cuando se habla de una distribución casi nula también se hace referencia a los escasos espacios de exposición que poseen las editoriales independientes, y al poco apoyo de las grandes corporaciones que lideran la venta de libros en el país.
“No hay espacios para los autores costarricenses y no es por calidad o presentación, es porque nuestros libros son baratos, cuestan 5000 colones, entonces el nivel que tienen de ganancia ellos es un 30% o 40% por lo que prefieren no tenerlos para no ocupar espacios. Por eso si creo en la necesidad de una ley para los librerías donde se obligue a vender la producción nacional… En Francia existe una ley donde los libros de editoriales pequeñas tienen que ser vendidos a las par de las grandes editoriales, de otra manera es muy difícil alcanzar a ese publico que va a la Universal, a Lehmann, ellos no tienen posibilidad de conseguir los libros de nuestra editoriales”.
Debido a esta situación la gran vitrina del año para los autores nacionales es la Feria Internacional del Libro, razón por la cual muchas editoriales trabajan en función del evento. Sin embargo, en la edición de este año a los editores independientes les cobraron por su espacio, lo que a criterio de Carlos representa un retroceso frente a los esfuerzos que se venían haciendo.
“Antes no nos cobraban… tampoco es que era gratis pero había un convenio con el Ministerio de Cultura anterior… no es que la Cámara del Libro diera el espacio regalado pero el ministerio tenía un proyecto para solucionarnos a los independientes estar ahí. Ahora tenemos que pagar y aparte hay una selección poco profesional. No es pedantería, pero no es lo mismo una editorial como la nuestra, o Uruk o Germinal, que otras editoriales que se denominan independientes porque son publicaciones de autor. Teníamos que disputar los espacios para las presentaciones en esas condiciones… resultó imposible”.
El recuento de los ladridos
Doce años de existencia dejan números importantes cuando de un catálogo de libros se habla. Hasta la fecha Perro Azul ha logrado publicar ciento cincuenta títulos. En el 2015, para su regreso, presentaron nueve publicaciones y este año ya ha legado siete nuevos libros. Antes de que caiga el 2016 esperan presentar su sitio web y una colección de arte y fotografía.
A los nuevos lectores del sello, Carlos les recomienda lo que considera son obras cumbre de Perro Azul:Cartas sin cuerpo (Alfredo Trejos), La Mano suicida (María Montero), Soundtrack (Felipe Granados) Maremonstrum (Mauricio Molina) e Historias Polaroid(Luis Chaves).
Para quienes ya tienen esos libros en casa, la recomendación obvia es repasar las novedades del 2016. En poesía sobran las opciones: La infancia es una película de culto (Dennis Ávila), Martes como toda la vida (Denise Vargas), La terrible noche (Guillermo Sáenz P.), El arca de Noé (Michael Barrantes) y Antes éramos moviola (Pablo Segreda J.). Además, las novelas: Sin voz ni techo y Condenado sin proceso de Nacer Wabeau, así como el ensayo Marxismo y globalización capitalista de Roberto Ayala.